Ramón Pignatelli
de Aragón y Moncayo (1734-1793)


Este clérigo ilustre, trabajador y cultivado es, sobre todo, para siempre, el padre de una de las más hermosas obras de la historia aragonesa: la del Canal Imperial



Retrato. (Goya)
Su padre era príncipe del Sacro Romano Imperio, conde de Fuentes, grande de España; su madre, marquesa de Mora. Su hermano, José, es santo de la Iglesia católica. Era pariente de los Aranda y de los Villahermosa. Es decir: tenía, por su linaje, un futuro prometedor. Vivió, de joven, en Nápoles y Roma; estudió Cánones en Zaragoza, doctorándose. Desde 1753 era canónigo. Y no hubo empresa modernizadora en Aragón durante los treinta años de su madurez en la que no anduviese metido, siempre para general provecho.

Reformó y modernizó la Real Casa de Misericordia, «monstruo de la piedad zaragozana», cuya edificación actualizada se le debe, además de la instalación de excelentes pañerías para sufragar sus gastos. Con el mismo fin promovió la construcción de la plaza de toros, el «Coso de la Misericordia», desde entonces al servicio de la beneficiencia zaragozana.

Principal impulsor de la Real Sociedad Económica de Amigos del País (1776), que llegaría a ser modélica entre las españolas, inauguró sus trabajos con una propuesta de acciones de corte económico verdaderamente precursor.

Fue rector de la Universidad de Zaragoza a lo largo de cinco cursos, salteados entre 1762 y 1793 (el año de su muerte) y poco faltó para que su capacidad de gestión le llevase a la mismísima Secretaría de Estado en competencia con el conde de Floridablanca, que la obtuvo. Pero, así y todo, nada fue tal conjunto de acciones comparado con el tenaz trabajo que iba a arraigarlo para siempre en el corazón de los aragoneses: la construcción del Canal Imperial de Aragón.

El canónigo Pignatelli tenía, sobre el caso, ideas muy claras: se trataba de favorecer a los agricultores productores campesinos frente a las clases ociosas y privilegiadas, aportando agua a una tierra fértil, pero seca, a bajo precio y con uno canalización de fuste suficiente como para permitir, además, la comunicación mercantil y postal entre el Cantábrico y el Mediterráneo. Era una empresa colosal y, a prime vista, utópica y exageradamente cara. No le importó invertir en esa obsesión más de veinte año de su vida; ni tener que pleitear crudamente con casas como las de Ayerbe o Villahermosa, casi omnipotentes; o con el mismo cabildo al que pertenecía; o con la temible Casa de Ganaderos zaragozana. No le importaron los costos financieros; ni las dificultades técnicas. Las aumentó, incluso, para que la obra fuera más perfecta y beneficiosa y, así, incluyó en sus planes el Canal de Tauste.

No se entiende la vida aragonesa desde esos años sin El Canal por antonomasia, sin su agua vivificadora para la tierra y los hombres. Desde el Bocal hasta Zaragoza, con sus puentes, instalaciones y fuentes, sigue funcionando,~a a punto de cumplir los dos siglos, tan útil o más que en su primer día. Todo Aragón lo sabe, lo recuerda permanentemente. Y con Goya, Costa, Cajal y pocos más, ha situado a don Ramón en el más honroso lugar de la devoción comunitaria.

Guillermo Fatás


Publicado en: Beltrán, M. ; Beltrán, A. ; Fatás, G. (dir. y coord.). Aragoneses Ilustres. Zaragoza: Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1983. p. 125-126.



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