Francisco Bayeu y Subías
(1734-1795)


Francisco de Goya y Lucientes fue alumno suyo y más tarde su cuñado



Retrato. (Goya)
Decir, en el Aragón dieciochesco, «Bayeu» era decir «pintor». Lo fueron Francisco, el mayor; Manuel, fraile cartujo; y Ramón, el hermano pequeño (aunque muerto antes que los otros dos). Mediados los años 60 de esa centuria, ya puede decirse «Bayeu» en la corte de Madrid y obtenerse reacción parecida, pues Francisco es pintor de cámara del rey; y su ojo derecho, Ramón, está en la Academia de San Fernando y hace, con el poderoso Mengs -amante de Aragón-, cartones para elaboración de tapices en la Real Fábrica.

Más de uno piensa que Francisco Bayeu sería el mejor pintor español de su tiempo si no hubiera sido por la existencia de otro artista, primero alumno suyo, como joven paisano, y más tarde su cuñado, de nombre Francisco de Goya y Lucientes, cuyo solo apellido basta para dejar en la penumbra a cualquier contemporáneo.

Pero, por un momento, hagamos como que Goya no existiera. En la Zaragoza de 1750 Francisco Bayeu se ha hecho notable dibujante y no mal pintor bajo la dirección de J. A. Merklein, con cuya hija casará en 1759. José Luzán, la mejor firma aragonesa de entonces (profesor, también, de Goya), acabará de perfilar las grandes dotes de Bayeu. Y cuando el cabildo llame a González Velázquez para que pinte el cielo de la Santa Capilla, el aire italiano y refrescante que trae de Italia don Antonio, inspirado en Giaquinto, abrirá nuevos mundos cromáticos y espaciales al aragonés. Decide irse con él, a Madrid, becado por la Academia en la que gana un concurso. Vuelve a Zaragoza y conoce aquí a Mengs, pintor de Carlos III, que consigue llevarlo, otra vez, a Madrid. Sólo tiene Francisco veintiocho años.

Desde entonces, los encargos que debe ejecutar son, todos, de primer orden: en el Palacio Real, en Aranjuez, en El Pardo, en la colegiata de San lldefonso. Pintor de cámara del soberano, se convierte. más que en pintor del rey, en artista de la Monarquía Española, a la que canta en una imponente composición escenográfica que cubre el gran Salón de Embajadores de El Pardo. Sus pinturas son lo primero que ve la reina de España cuando despierta, por la mañana, en su dormitorio; el paisaje que contempla el príncipe de Asturias en su antecámara, cuando se aburre de atender a un preceptor. Madrid lo ha consagrado y él desea dejar poso en su tierra. Por eso, con permiso del rey, llega a Zaragoza para empezar, en 1775, el plan ornamental de las techumbres del Pilar, cuyo diseño completo es obra suya, ayudado por el consejo de Carlos Salas. De esa etapa nace que encargue a Goya una de las cúpulas proyectadas (y que riña con él). Del Pilar, a la catedral de Toledo; de Toledo a Aranjuez; de Aranjuez, otra vez al Pilar; del Pilar, a Madrid. Mengs se ha ido. Goya, aún no es Goya. Bayeu, brevemente, es el primero: director de la Academia de San Fernando y encargado de los Reales Sitios, aún tiene tiempo para disfrutar de un encargo excepcional para su modo de ser: pinta el techo del dormitorio del rey. Cuando muere en Madrid, la corte y Aragón -Zaragoza, sobre todo; El Pardo, también- son auténticos museos de su obra.

Guillermo Fatás


Publicado en: Beltrán, M. ; Beltrán, A. ; Fatás, G. (dir. y coord.). Aragoneses Ilustres. Zaragoza: Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1983. p. 36-37.



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