Si la modesta tenacidad de un erudito de nuestro XVIII ha de buscar un modelo de trabajo bien hecho, es éste el de las investigaciones de Latassa. |
Le viene a este clérigo zaragozano la fama por haber escrito un libro. Un libro sobre libros. Aunque acaso sea achicar su mérito llamar «libro» a su obra, la Biblioteca de escritores aragoneses, que fue publicando a lo largo de seis años y en ocho volúmenes.
La compuso, sin apenas dinero, en su empleo de cura de Juslibol, sin facilidad para la consulta en bibliotecas durante mucho tiempo, hasta que consiguió un puesto de racionero en La Seo, con honores de canónigo. Obsesionado con la idea de que no se perdiera la memoria de los escritores de Aragón y de sus obras, dispersas muchas, perdidas otras más, inéditas otras cuantas, en la pobreza de sus medios fue buscando y rebuscando, con minucia puntillosa y atención nunca decaída todo género de datos sobre las plumas aragonesas. Ya mayor, en 1796, publicaba dos volúmenes enteros, con los que sólo llegaba hasta el 1500. En Pamplona encontró mecenazgo para la segunda serie, en seis tomos, que alcanzaba hasta sus tiempos y que se editó entre 1798 y 1802. No hay trabajo igual en otra tierra española. «Es -dijo Gómez Uriel, que la reeditó, ordenada y revisada, en 1884- la más rica y abundante de cuantas en su género se han publicado, tanto en España como en el extranjero y la más exacta y concienzuda.» El buen cura de Juslibol, nacido en la calle de Santa María, esquina a Talamantes, junto al Pilar, murió padeciendo por lo que consideraba un trabajo sin culminar. Y a punto para no ver el desastre que se cernía sobre las bibliotecas y los archivos de Zaragoza, que tanto iban a perder entre 1808 y 1809. Guillermo Fatás
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