No tenía por qué haber acudido a las tapias de Santa Mónica cuando el enemigo atacaba la batería del molino de aceite; un balazo francés lo dejó yerto. El año anterior, en el famoso Cuatro de agosto también acudió, por su propia voluntad, a mandar el puesto más peligroso, en la batería de Santa Engracia, objetivo central del ataque de los imperiales, ganando en esa jornada su nuevo empleo de coronel. Y no tenía por qué puesto que Sangenís dirigía las obras de ingeniería de la plaza. Palafox le había dado tal cometido por saberlo notable matemático y porque su trabajo, acondicionando todas las fortificaciones del Cantábrico, cuando la Guerra contra la Convención francesa, lo había hecho famoso como ingeniero militar. Hizo la campaña del Rosellón, con Ricardos, y fue profesor en la Academia de Ingenieros que había en Alcalá. Cuando Murat ordenó las represalias madrileñas tras el Dos de mayo, Sangenís vino a Zaragoza, más cerca de su Albelda natal, y se puso I a las órdenes del Capitán General. Zaragoza resistió mucho más de lo previsto gracias a su pericia.
Llevaba en el equipaje algunos de sus libros: el Tratado analítico de las secciones cónicas y los Empujes de tierras y de arcos, entre otros. Eran libros, unos, de teoría matemática, como Cantidades radicales y otras teorías del Algebra; otros, de ingeniería aplicada, como el de los empujes. No tenía por qué haber acudido a las tapias de Santa Mónica. Pero era un soldado que aprendía en el combate. Y en él murió. Guillermo Fatás.
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